Por Mariano García
@solesdigital
Mucho antes que lo gitano-balcánico se pusiera de moda, un crooner serbo-romaní fue la principal influencia de una corriente que lentamente lo fue dejando de lado, hasta caer en un cómodo olvido. Plagiado y reivindicado por partes iguales, Šaban Bajramović es el eslabón fundamental que enlaza el folklore romaní de los Balcanes con la música comercial occidental.
Fue el primero y más grande cantante popular romaní de Yugoslavia, aunque todavía no le ha llegado el merecido reconocimiento. Nacido en 1936, Bajramović estableció las bases de un estilo que irónicamente la mayoría del público denomina en forma errada “la música de Kusturica y Bregović”; música que casi todos conocimos con las bandas de sonido de las películas de Emir, a cargo de Goran. Y que tiene como oscuro punto de partida un atroz plagio de los dos ex rockeros ochentosos a al tema de Bajramović “Djeli Mara”, reconvertido en el hit global “Mesecina” que todavía Bregović entona como propio en sus shows.
A pesar de nunca aportar un centavo en conceptos de derecho de autor, Kusturica y Bregović parecieron arreglar el entuerto invitándolo a participar con ellos en grabaciones posteriores; seguramente por mucho menos de lo que deberían haberle pagado por las regalías de las ventas globales del tema que abrió un mercado nuevo para los emergentes serbo-bosnios.
Alguien podría pensar que a través del binomio Kusturica-Bregović, las composiciones de Bajramović se hicieron conocidas en el mundo por haber hecho más accesibles ritmos y melodías demasiado extrañas al oído occidental. Todo lo contrario. Durante décadas Bajramović cantó en solitario canciones emparentadas a todo tipo de géneros populares de Europa y América.
Pero desde mitad de los ’90, el mundo puso sus ojos en la convulsionada ex Yugoslavia sin comprender del todo el complejo mosaico en el que se desintegraban una multiplicidad de etnias, religiones y nacionalidades. De pronto, en los retazos de Yugoslavia lo gitano-romaní emergió como una reivindicación cultural que podía mantenerse al margen de las masacres entre serbios ortodoxos, croatas católicos, bosnios musulmanes, albaneses, etc…
Las bateas de “World Music” de las principales capitales del mundo desarrollado pronto se vieron inundadas pintorescos acordeones y fanfarrias, y las bandas de sonido de las películas de Kusturica fueron el principal vehículo difusor. Ya entrados en el siglo XXI, el coloso Universal Music tomó nota del fenómeno y lazó al mundo los dos discos que más éxito comercial cosecharon en el rubro: “Unza Unza Time” (2000) de Kusturica y “Tales and Song for Weddings and Funerals” (2002) de Bregović.
Asociaciones dedicadas a la reivindicación de los derechos culturales romaníes intentaron infructuosamente convencer a Bajramović de hacer valer la propiedad de muchas de sus composiciones. Pero él pertenecía a otros tiempos, a otras costumbres, para él la música era mucho más que una profesión, era una forma de vida y nada ni nadie podía quitárselo.
Porque a diferencia de Kusturica y Bregović, el viejo Šaban no hacía deliberadamente música balcánica o gitana. En épocas en que lo étnico no vendía globalmente, ni ninguna multinacional veía en su identidad romaní un plusvalor de mercado, el bueno de Bajramović simplemente cantaba; sin diferenciar entre sus raíces folklóricas gitanas, el bolero, el swing jazz, las baladas o el pop caribeño.
La imagen personal de Šaban tampoco le quitó el sueño a ningún relacionista público de las multinacionales: su característico diente enfundado en oro, su rostro marcado por cicatrices de una infancia dura, sus anteojos negros y trajes blancos eran demasiado incluso para la más arriesgada moda vintage.

Su biografía es enigmática y llena de leyendas. Se sabe que era semi analfabeto, que aprendió a leer y perfeccionó su canto en la prisión de Goli Otok (“isla desnuda”, al norte del Adriático); y algunos le adjudican el himno romaní “Djelem djelem”. Dicen que gastó todo lo que ganó como músico y murió a los 72 años en el mismo lugar donde nació, la ciudad serbia de Niš; donde más de 10.000 personas asistieron a su funeral musulmán el 8 de junio de 2008.
Hoy en día junto a su nombre las palabras “leyenda” o “rey” lo acompañan en la mayoría de las reseñas biográficas. Líderes mundiales como Josip Broz Tito de Yugoslavia y Jawaharlal Nehru de la India supieron invitarlo para que cantara para ellos.
Su discografía es tan amplia como difusa. Sus más de 700 canciones circulan dispersas por infinidades de CD’s, cassetes y CD’s en mercados callejeros de toda Europa del Este. Si hay que recomendar uno para comenzar a familiarizarse, el oyente principiante puede comenzar por “A Gypsy Legend” (2001), grabado junto a la orquesta Mostar Sevdah Reunion. Allí se encuentran dos de sus más grandes canciones, las mencionadas “Djelem djelem” y “Djeli Mara”.

Escucharlo hoy es encontrarse con una voz auténtica, de otros tiempos. Recita, habla, entona con profundidad y dolor. No hay nada de artificioso o forzado, ni encontramos esas estampidas de fanfarrias y vientos que suelen estereotipar a la música balcánica. Lo suyo no es efectista, y hasta se calza el traje de swingman o bolerista con naturalidad. Incluso se lo escucha en algunas grabaciones coqueteando con ritmos centroamericanos, con curiosos y agradables resultados.
Una vez que uno se familiariza con el mundo sonoro de Šaban Bajramović, es difícil volver a ver con simpatía a aquellos que sin demasiado cuidado lo han plagiado. Pero más allá de las demandas legales ya prescriptas, el mejor acto de justicia es reconocerlo como el verdadero y más importante emblema de la música popular balcánica.
7/8/2010
Fuentes consultadas:
http://www.galbeno.com/saban-bajramovicthe-maximum-king-of-yugoslav-romani-pop-music/
http://www.timesonline.co.uk/tol/comment/obituaries/article4191535.ece
www.fronteramusical.com.ar
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