Por Mariano García
@solesdigital
Con
su nueva visita a Buenos Aires, el director de cine y músico Emir Kusturica renovó la convocatoria que mantiene con su No Smoking Orchestra, que
continúa despertando el interés de un público porteño
adepto a la diversión y excentricidad proveniente de los Balcanes.
Pero, a ocho años
de la edición internacional del aclamado disco Unza
Unza Time (2000), la propuesta parece estar llegando a un punto de estancamiento.
Un disco nuevo que no aporta nada a lo ya conocido (hasta el titulo, "Time
of the Gypsies" es reiterativo respecto a sus films), y un show en vivo
idéntico al que se ve hace años alrededor del mundo, parecen
ser los indicadores de este agotamiento.
Casi una década
después de la explosión generada por su debut musical a nivel
mundial, la visión romántica de Kusturica sobre los fragmentos
de la ex Yugoslavia no alcanza hoy para ofrecer un panorama más amplio
e integrador de una de las regiones del mundo con mayor convivencia de de
etnias, religiones y culturas en un espacio geográfico reducido.
Hacia fines de los ‘90,
Kusturica le presentó al mundo una versión pintoresca y exótica
de una sociedad gitana desconocida para Occidente, y se convirtió en
un referente cultural del desmoronamiento de lo que fue la Yugoslavia socialista
del Mariscal Tito.
Ante la complejidad de
un mosaico que estalló en pedazos para dispersar por la región
serbios ortodoxos, bosnios musulmanes, croatas católicos, albaneses,
macedonios, eslovenos y montenegrinos; la No Smoking Orchestra sintetizó
aquella multiplicidad en una sola propuesta que simplifica los términos
y los hace comprensibles para una Europa (y por extensión, Latinoamérica)
a la que le cuesta entender lo acontecido al Este del Mar Adriático
en las últimas décadas.
La propuesta de Kusturica
y su NSO se basa en una licencia y una sinécdoque. Licencia de hacer
música “gitana” siendo serbo-bosnios ortodoxos, ofreciendo
además una versión de los Balcanes que se reduce a una visión
acotada del mundo gitano. Muchas veces, tomando prestadas las composiciones
anónimas del folklore gitano para aggiornarlas al gusto del rock internacional
aires de “world music”.
Tal vez sea tiempo de
atesorar aquellos dos grandes discos como fueron Unza Unza Time y Life is a Miracle,
quedarnos con el recuerdo de sus mejores shows en Argentina (registrado en
el DVD Life is a Miracle in Buenos Aires), y cerrar un capítulo que
lo tuvo como pionero de la difusión de los Balcanes en el mundo (junto
a su compinche y luego enemigo Goran Bregovic, otro de los grandes adalides
de cultura gitana for export tomada de prestado).
Nunca es tarde para ir
por los márgenes, buscar la originalidad en los recovecos que deja
la industria cultural, y familiarizarse con música verdaderamente romaní
(no gitana) como las cantantes rumanas Romica Puceanu (prócer de la
canción de su país), Gabi Lunca, Lida Goulesco, sus compatriotas
Taraf de Haïdouks, Taraf Mociu, o los húngaros Ando Drom. Y también
ir en busca de otras expresiones de la música de los Balcanes menos
artificiales como la macedonia Esma Redepova, la fanfarria de la Kocani
Orkestar, el serbio Bakija Bakic, el jazz de la flautista y cantante croata
Tamara Obrovac; o llegar al medio oriente de la mano de los turcos Mustafa
Kandirali, Laço Tayfa, el Istanbul Oriental Ensemble; y aún
más lejos con el cuarteto de cuerdas ruso Loyko.
En su momento, familiarizarse
con los contagiosos ritmos y fusiones de la No Smoking Orchestra de Kusturica
fue un descubrimiento prometedor. Pero en tiempos en que la música
se intercambia en soporte digital y cualquiera puede conseguir desde su escritorio
discos inéditos de donde sea; con los países balcánicos
abriendo sus puertas al turismo una vez finalizadas las guerras, y con las
distancias mundiales cada vez más reducidas, ya es hora de dar un paso
adelante, abandonar ciertas miradas exotistas y disfrutar de lo original en
vez de bailar al ritmo de simuladores.
16/10/2008
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